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Flor y Naiara: mi mejor historia

Una historia de lactancia, de fe, de amor y de conexión infinita

Elegí ocho historias precisamente porque la historia de Flor faltaba. Había seleccionado las siete y recordé que faltaba “la historia de la narradora” (la cual había previamente pre-seleccionado). Volví a ella y la incluí, me era imposible que sean solo siete. No intervendré mucho esta vez, ya que Flor tiene mucho para contar.

Me encanta narrar historias. Soy narradora de cuentos y nunca pensé que la existencia de mi hija sería la mejor historia que tengo para contar. 

El día que mi pareja y yo decidimos ser padres, salimos a brindar por lanzarnos al vacío y darnos la oportunidad de dejar la puerta abierta a que una vida nueva llegara a nuestras vidas.

Y al parecer ella quiso venir pronto, en menos de un mes ya estábamos embarazados y tan solo a días de tenerla dentro de mí ya la sentía. Tanto la sentía que un día me levanté y le dije a él: Estoy embarazada, estoy segura porque la siento.

Los primeros tres meses de embarazo fueron maravillosos. Y jamás había sentido mi cuerpo tan frágil y poderoso a la vez.  

Pero finalizando el primer trimestre de embarazo, sin anuncio ni permiso, llegó un torbellino que arrasó con todo a su paso. Sentimos que todo aquello que teníamos como un embarazo perfecto se desvanecía y la plenitud de mi cuerpo daba paso a la incertidumbre y a algo que no sentía hace mucho: miedo.

A los tres meses de embarazo, desperté después de haber tenido un sueño extraño. Un sueño en el que me veía a mí misma llorando desconsoladamente y donde era mi bebé, quien estando en mi vientre me decía: Tranquila mamá, esto va a pasar. Para luego despedirse diciéndome que era una niña.

Me pareció una locura el sueño, no lo entendí y me dije a mí misma que le comentaría a mi pareja lo que había soñado cuando llegara del trabajo. Pero a las horas de haber despertado, empecé a sangrar. Pensé que sería algo sin importancia, pero a los segundos volvía sangrar más y luego al ver que la cantidad era demasiada llamé a mi pareja desesperada. En menos de 15 minutos ya estaba en emergencias del hospital. Y a la hora de haber empezado a ser atendida me confirmaban que tenía pérdida de líquido amniótico y que tendría que quedarme hospitalizada.  Cuando pregunté a la doctora que me atendió si esto era muy grave, en frases cortas me indicó que de todo lo que le puede pasar a una embarazada, esto era lo peor.

Le pedí que me ayudara pero me indico que en estas cosas no se puede. Que me internarían y que tendríamos que esperar a ver qué pasaba.

Durante ese primer día me indicaron que no me moviera para nada. Ni siquiera para ir al baño pues cada movimiento podría generar más pérdida de líquido amniótico y que eso pondría en riesgo a mi bebé y también a mí. En un acto desesperado empezamos a llamar familia y amigos que pudieran referirnos gente que había pasado por una situación parecida, o si conocían médicos que hubieran manejado casos como este. Buscamos cualquier señal que nos pudiera dar esperanza de que esto saldría bien.

Pero al día siguiente llegó un ginecólogo de planta, sin ni siquiera presentarse ni hablar con nosotros, nos indicó que ya estaban realizados los trámites para el aborto y que no habría problemas legales pues el aborto estaba justificado por poner en riesgo mi vida.

Ambos le dijimos que no entendíamos lo que estaba hablando, que no teníamos pensado abortar, que no se nos había consultado nada y que en nuestro caso preferíamos esperar y que la otra posibilidad era que la fisura se cierre y pueda continuar con el embarazo.

Pero él nuevamente insistió en que abortemos, que era lo mejor, que así más rápido me recupero y puedo intentar quedar embarazada de nuevo. Insistimos que queríamos esperar, que queríamos saber cuáles eran las posibilidades, ante lo cual él insistió que lo mejor era abortar porque lo más probable era que yo termine con una infección generalizada y ponga en riesgo mi vida. Y que la otra posibilidad era que la fisura se cierra y pueda continuar con el embarazo. Pero que si eso pasaba sería raro. Que tenga claro que esto ya era una carrera de obstáculos, que este embarazo era de riesgo absoluto y que si había pasado era porque esta bebé venía mal. Que no me complique, que si seguía con el embarazo incluso podría estar postrada en cama hasta el día mismo del nacimiento de mi bebé (la cual, para este médico, no era un bebé, sino simplemente un feto).

Pese a su insistencia en que hagamos el aborto, decidimos no firmar, decidimos no abortar, decidimos esperar y apostar porque pase eso a lo que él llamaba raro y que la fisura se cierre y el embarazo pudiera continuar.

Ese día, una vez que el médico se marchó, hablamos con nuestra hija, lloramos juntos y le dijimos que la amábamos, y le dijimos que estamos esperando. Pero que si ella decidía no venir, que la dejaríamos partir agradeciéndole por el tiempo que estuvo con nosotros. Y que si ella quería luchar por venir, nosotros lucharíamos con ella hasta estar juntos.

Los días fueron pasando y los tres hablábamos a diario, aprendí a moverme menos que una planta, comía mentalizándome que todo lo que ingresara en mi cuerpo sería para ella. Y sobre todo, recordaba lo que me dijo ella misma: “Esto pasará”. Y me reía tontamente de saber que sería una niña, tal y como lo habíamos deseado.

Fueron pasando los días, las semanas y todo fue volviendo a la calma. Y nos confirmaron que al parecer la fisura o rotura se había cerrado. Y si bien mi embarazo seguía siendo de riesgo, el embarazo iba a continuar.

Llegamos al último trimestre viviendo intensamente cada semana, descontando cada día que nos daba la certeza de que estábamos más cerca a tenerla. Convencidos que cada día era una batalla ganada. 

Una semana antes de la fecha tentativa de su nacimiento y luego de haber pasado por un sinfín de chequeos médicos, de haber tenido que pasar por una versión externa, de haber tenido dos días dolorosos de labor de parto, el día llegó.

Tanto debe haber querido mi hija quedarse dentro mío que pese a que yo pujaba, ella no salía. Fue por ello que aplicaron en mi la maniobra de Kristeller. Y aún así ella no salía. Por eso me indicaron que harían el uso de ventosas para hacerla salir. Ante lo cual me negué. Y debido a ello me hicieron una episiotomía, donde supuestamente me haría un corte pequeño. Pero que ahora que toco y miro mi cicatriz, me doy cuenta que me partieron en dos. No sé si como premio a todo lo pasado. Me dejaron sacar a mi hija de dentro mío, me incliné para sacarla estando ella aún conectada a su cordón umbilical. La cargué y pude oler y sentir todo aquello en lo que ella estaba cubierta: vida. Y de haber estado dentro de mí, pasó a estar colocada sobre mí.

La habíamos soñado tanto, que ella nació dormida y no lloró. Tuvieron que moverla un poquito y despertarla. Naiara, mi niña, nuestra hija, abrió los ojos y lo primero que hizo fue mirarnos y sonreír. Para luego hacer su primer gran recorrido vital: ir escalando desde mi vientre hasta mi pecho izquierdo. Y como si se lo hubieran enseñado allí dentro… empezó a lactar.


Durante los primeros meses, casi todo el tiempo y con ojos cerrados se dejaba guiar por el olor. Ese olor dulzón de la leche materna, inundaba mi cuerpo, mi ropa, la habitación toda. Era por el olor que me buscaba y que iba directo a su teta. 

Al tener la familia lejos por vivir en un continente distinto al de nacimiento; en un contexto donde hay prohibiciones de salir y realizar visitas (debido a la pandemia mundial que azota en estos días al mundo); Naiara se convirtió en mi principal maestra. 

Era mi hija, quien me iba indicando cómo debía colocarla, que era lo que necesitaba y cada cuanto teníamos que realizar nuestro ritual de lactancia. Su cuerpo y mi cuerpo llegaron conectarse de a pocos, a tal punto que tanto ella como yo nos encajamos perfectamente para realizar las tomas. Mi cuerpo se ha tornado a su servicio y hasta mis pechos claman su presencia y lanzan leche cuando la oyen llorar.

Durante estos primeros meses el miedo ha ido dando paso a la certeza. Y si antes estuve unida a ella por el cordón umbilical, hoy en día es la lactancia materna nuestro vínculo y lenguaje de amor. Cuando ella lacta, el tiempo se detiene, el silencio se hace música, nuestras miradas se cruzan. Cuando lacta nos reconocemos, nos reímos, nos lloramos, nos sentimos y reafirmamos el pacto que firme con ella: Yo soy tu mamá, yo te amo, yo te cuido. 

La vez que Flor y yo tuvimos la entrevista previa a la sesión de fotos, me quedó clara la ternura, la calidez y la suavidad que ella tiene. Preparó con suma delicadeza cada detalle para ese día, desde lo que iban a vestir Naiara y ella o el lugar dónde se iba a realizar.

Flor es peruana viviendo en España, la tierra que ahora la ve plantar nuevas raíces junto a su familia y es de esas personas que te abre su corazón con amor. Conversamos más de una hora, cada una contando su historia y sintiendo cómo resonamos juntas, en los lugares comunes donde nos hemos encontrado según las vivencias que nos tocó vivir.

Supe desde un inicio que esta sesión sería especial y realmente lo fue, desde la paciencia de Cele, su compañero, la dulzura de Flor y Naiara, su casita de invierno perfectamente acomodada y la hermosa luz que se colaba por su ventana.

Flor danzó toda la sesión, verlas bailar fue conmovedor, a pesar de los más de 40°C que hay actualmente en España. Entre bailes y cantos, Flor acunaba a Naiara, con ese mismo canto que seguro su madre le susurro y la madre de su madre a ella y así yendo hacia atrás, vistiendo las faldas de su adorado Perú, sintiéndose enraizada en esta nueva tierra y no olvidando de donde viene, dándole a su hija todo el amor que ella solo sabe darle. Enraizado juntas.

Es la teta lo que hace que todo cobre sentido, es la teta la que me hace sentir que puedo cuidarla, es la teta el regalo que le quiero entregar día a día porque en cada gota de leche quiero darle lo mejor de mi.

Por eso, cuando no puede dormir TETA, cuando siente miedo TETA, cuando tiene hipo, TETA, cuando se le tapona la nariz, leche de su TETA. 

Mis pechos son el mejor lugar donde ella puede estar y el lugar donde mi cuerpo ama tenerla.

Gracias, Flor, por vivir tu lactancia en libertad, por tu disfrute, por abrir tu corazón, por decir sí a la vida, por confiar, por ser valiente.

Inicialmente publicado en: Lactalibre

Fotografías tomadas por videollamada vía FaceTime